Acogiendo un verano español con los brazos abiertos
Si lo pienso ahora, siento que he sobrevivido a una especie de sueño exótico y febril, plagado de mis más grandes fantasías y de todos los deseos que había tenido en la vida hasta ese momento.
Una reflexión de Ryan Rodriguez, beneficiario de la beca Pride de AFS-USA
Sin embargo, la verdad es que pasé las mejores dos semanas de mi vida explorando el mundo, tanto dentro como fuera de la ciudad de Valladolid. Me resulta imposible incluir aquí todos los detalles acerca de los innumerables olores y paisajes de las ciudades que visité, de la pasión de sus habitantes, de la historia que descubrí y de los obstáculos que (tanto mis compañeros como yo) superamos en menos de catorce días. Antes de embarcarme en esta aventura, me preocupaba mucho la posibilidad de que el programa Global Prep siguiera un ritmo vertiginoso y, aunque estaba en lo cierto, mientras iba de un lado para otro, tanto en clase como con mi familia de acogida, sentía que todo era perfecto para mí.
La única parte de mis días que se mantenía mínimamente constante eran las comidas: desayuno, comida y cena eran los pilares en torno a los que giraba un horario plagado de actividades. Hicimos de todo: desde recorrer la ciudad bañada por el sol siguiendo una búsqueda del tesoro, hasta bailar siguiendo pasos de Bollywood en un museo dedicado a la India. Daba igual que estuviese en Valladolid, Madrid, Salamanca, o cualquiera de las muchas ciudades y pueblos que visitamos, a mí siempre podrías encontrarme disfrutando de la vida, contando historias, compartiendo mi cultura y enseñando cosas nuevas (como por ejemplo enseñar a mi familia de acogida a pronunciar la palabra «artichoke» cada noche a la hora de cenar).
Todos en mi familia de acogida, desde mi hermano más pequeño a mis padres, eran increíblemente amables, cariñosos y perspicaces, siempre dispuestos a aprender algo nuevo. Encajé a la perfección con mi familia española: Álvaro (mi hermano español) y los demás miembros de esa maravillosa familia me trataron como uno más desde el primer momento y yo siempre les consideraré parte de mi familia, aunque estén al otro lado del charco.
Todos ellos me enseñaron una nueva forma de ver las cosas y de valorar otras que nunca había tenido en cuenta, ¡como aprender nuevos detalles sobre la historia de España o apreciar las aceitunas! Incluso cuando mi familia y yo pasábamos el tiempo descansando en casa, el simple sonido de las cartas de una baraja española me hacía apreciar la fantástica acogida con los brazos abiertos de mi familia española. No habría querido ver el mundo con nadie más, y a día de hoy, sigo hablando con mi familia de acogida; además les mando fotos para que sepan cómo me va desde entonces. Desde que volví a casa, no pasa un día en el que no me acuerde de sus sonrisas cuando me recogieron al bajar del autobús aquel primer día y no creo que me olvide de ellos nunca, porque mi familia en España ha pasado a formar parte de mi familia en casa, y esto siempre será así.
Esta es una de mis fotos favoritas; nos la hicimos durante nuestro último domingo juntos, en una feria medieval. Creo que en esta foto se puede apreciar lo mucho que nos unimos en menos de dos semanas. Si cierro los ojos, todavía me acuerdo a la perfección de ese momento en concreto y estoy seguro de que será un recuerdo que nunca podré olvidar.
Se me viene a la mente otro domingo con mi familia de acogida del que también me acuerdo muy bien. Ese día aprendí muchas cosas nuevas sobre la fe y que nunca se me habían pasado por la cabeza hasta entonces. Era un día como otro cualquiera, abrasado por el sol español, y nuestro plan era visitar el pueblo de Rueda, donde se crio mi padre de acogida.
Lo primero que me marcó fue la forma sin precedente en la que me sorprendió un concierto de órgano. No esperaba mucho más de ello que una preciosa melodía antigua que haría vibrar las paredes de la pequeña iglesia del pueblo, pero me encontré con mucho más: lo que experimenté fue una buena sesión de meditación introspectiva. Como mi madre biológica nunca nos inculcó ninguna creencia religiosa, nunca había visitado una iglesia desde otro punto de vista que no fuera el de un turista. Sin embargo, allí estaba, sentado por primera vez en uno de los bancos de la iglesia (y os prometo que no miento). Ante mí se alzaba un retablo dorado en el que se representaba una escena de Santa Ana rodeada de ángeles y el cual era sobrecogedoramente hermoso y trabajado. Tras este instante de fascinación, repartieron los programas y no me sorprendió el no reconocer ninguna de las piezas que se iban a interpretar durante el concierto. No obstante, agudicé el oído y comencé a cantar con reverencia junto a los demás en cuanto la música del órgano comenzó a sonar. Sin darme cuenta, me encontré a mí mismo absorbiendo la melodía y considerando la religión en todos sus ámbitos. ¿Qué lleva a la gente a dedicar días y días a construir altares tan hermosos? ¿Es eso lo que significa tener fe? ¿Cómo puede alguien encontrar tal sensación de paz en la religión y tanto amor en la idea de un único Dios? Eso era Existencialismo en su máxima expresión, está claro.
Al finalizar el concierto, tuve la oportunidad de hablar con el organista y no solo recibí una clase gratis acerca de los distintos tipos de estructuras que puede tener un órgano, sino que también aprendí la razón por la que los órganos se colocan al fondo de algunas iglesias: para concederle a la audiencia unos minutos para reflexionar; un momento de meditación. ¡Ahora lo entendía todo! No estaba teniendo una extraña crisis interna, había estado meditando todo ese tiempo y ni siquiera me había dado cuenta. Solo pude conocer al famoso organista gracias a la ayuda de la madre de mi padre de acogida: mi Abuela. Como su asistenta a la hora de pasar las páginas de sus partituras, ella pudo presentarnos y además me ofreció la segunda lección de aquel día.
Después del concierto, fuimos a su casa, donde disfruté de la comida más deliciosa que he probado en la vida. Antes de empezar a comer, sin embargo, mi padre le comentó a la abuela mi interés por visitar la farmacia familiar, que estaba conectada con resto de la casa. Sin dudarlo por un instante, mi abuela abrió la puerta y me enseñó la farmacia, de la que se encargaba su hija para que siempre estuviese a disposición de la estrecha comunidad de Rueda. De la farmacia pasamos al jardín, a la sala de estar y a las habitaciones, y de entre todos los símbolos religiosos y cuadros que vi, comencé a vislumbrar la vida que el hogar de esta mujer iba cobrando. El paso de los años había hecho que la casa prosperase y entendí que eso solo era resultado de lo satisfecha que la Abuela se encontraba con su vida. Su sonrisa no se apagó en ningún momento y, después de hablar con ella, me di cuenta de que esto se debía a dos cosas: la buena salud de su familia y su amor a Dios.
Todo esto no solo reforzó las ideas que habían empezado a plagar mi mente estando en la iglesia, sino que también me ayudó a comprender que la verdadera felicidad, ese estado ideal que parece que todos perseguimos, se puede encontrar en las cosas más sencillas.
Si pienso ahora en todos los retos que superé durante mi estancia en España, lo primero que se me viene a la mente es la diferencia de edad entre mi hermano español y yo. Teniendo en cuenta que la gran mayoría de mis compañeros estadounidenses estaban emparejados con hermanos y hermanas españoles de su misma edad, se podría decir que yo era un poco la oveja negra del grupo. Con casi cuatro años de diferencia entre nosotros, nos resultaba difícil encontrar cosas en común. No teníamos intereses comunes y nuestros conceptos de responsabilidad y experiencia no coincidían en nada. Al final de mi primer fin de semana en España, descubrí que Álvaro estaba interesado en visitar los Estados Unidos, así que, a partir de ese momento, aproveché ese punto en común para estrechar nuestra relación. Respondí a todas sus preguntas con honestidad y perspicacia, con la esperanza de que eso nos hiciera confiar un poco más el uno en el otro. Aunque no llegamos a ser mejores amigos, sé con seguridad que tanto él como su hermano pequeño de diez años dejaron de verme como «el chico estadounidense» para considerarme el hermano mayor que nunca tuvieron.
Algo que no habría esperado recibir durante mi experiencia con el Global Prep en España fue todo el amor que no solo me dio mi familia de acogida, sino también el que me ofrecieron todas las personas que conocí: desde aquel farmacéutico que me ayudó a librarme de las llagas en la boca; hasta mi tía de acogida, quién me recomendó pintar con acuarelas para vencer al estrés. Había asumido como algo natural que no me aceptarían por completo en la comunidad, porque sentía que estaba invadiendo su espacio. Sin embargo, me aceptaron por completo y de manera incondicional. Todos ellos cambiaron mi forma de ver España, porque descubrí que podía fiarme de cualquiera, sin miedo a que alguien se aprovechase de mí; una sensación de confianza que casi nadie suele tener al viajar por primera vez al extranjero.
He descubierto las maravillas que el mundo puede ofrecer y, ahora, tengo la suerte de poder compartirlas con otros. Estoy preparando el borrador de la presentación que llevaré a cabo en mi instituto, donde hablaré con todo detalle, y desde el punto de vista de mis aventuras con el Global Prep, de los beneficios que acarrea el estudiar en el extranjero. La administración de mi instituto también me ha dado luz verde para promover una beca con la que ayudar a aquellos alumnos que opten por estudiar Relaciones Internacionales y Lenguas Extranjeras. Mis amigos ya han podido escuchar varias de mis historias y probar algunos de los platos que descubrí en España, pero ahora es el momento de transmitirle toda esa energía a una audiencia mucho más amplia. Aunque comienzo una nueva etapa como estudiante de último curso en el instituto, todavía tengo dudas acerca de mi futuro. No obstante, mi pasión por darle voz a los elementos más incomprendidos y peor representados del mundo que nos rodea se mantiene fuerte. Supongo que cualquier otra persona describiría esta experiencia como «el viaje de su vida» en otros videos recopilatorios o redacciones y aunque este viaje siempre tendrá cierta influencia sobre mi vida, solo es el primero de los muchos viajes que realizaré en el futuro. Estoy seguro de que todos ellos formarán parte de mi vida y eso hace de mi experiencia con el Global Prep en España «uno de los muchos viajes de mi vida».
Quiero darle las gracias a todo el personal de AFS, tanto en los Estados Unidos como en España, por hacer esta experiencia posible y a mi familia de acogida por haber estado dispuestos a compartir sus vidas conmigo. Muchas gracias a todos por ayudarnos a mis compañeros y a mí a encontrar un hogar fuera de casa.
Con todo mi cariño,
Ryan Rodriguez.